domingo, 8 de noviembre de 2015

NOCHE DE BRUJAS

Coral Bravo
Coral Bravo
Retazos
Noche de brujas
En los últimos días todos hemos vivido, más o menos, un bombardeo de calabazas, cirios, tumbas de cartón piedra, y de disfraces, casi siempre jocosos y divertidos, de fantasmas o muertos vivientes
En los últimos días todos hemos vivido, más o menos, un bombardeo de calabazas, cirios, tumbas de cartón piedra, y de disfraces, casi siempre jocosos y divertidos, de fantasmas o muertos vivientes. Se trata de la fiesta, de origen celta, de Halloween, o noche de brujas, ampliamente extendida en la cultura anglosajona. La cultura cristiana celebra algo parecido, pero con matices mucho más tristes y siniestros, la noche de las ánimas o de los difuntos.
Aunque no me gustan este tipo de celebraciones, ni participo en ellas, reconozco que las brujas me caen mucho más simpáticas que las ánimas del purgatorio, aunque pasé, como todos, media infancia temiendo encontrarme alguna vez con alguna de ellas. Detrás de todo ello, como en casi todo, hay, sin embargo, una explicación sociológica, histórica, ideológica, y también popular, que nos ha hecho un inmenso daño, a lo largo de la historia, a las mujeres. Me refiero exactamente al concepto de “bruja”. Un arquetipo femenino siniestro, con el que nos manipulan desde la infancia haciéndonos, de algún modo, identificar cierto modelo femenino con la perversidad y la maldad más aterradora. ¿Quién no ha sentido terror en la infancia ante esa palabra y las ideas amenazadoras con que se nos llenaba la mente ante un arquetipo que formaba parte de nuestro ideario básico infantil?
A poco que se investigue sobre la historia real de este macabro y manipulador arquetipo femenino, nos encontramos, como con tantas otras cosas, con grandes mentiras. Aunque los orígenes ideológicos del concepto se remontan a San Agustín de Hipona, uno de los “padres” del cristianismo y un gran misógino, fue entre los siglos XV y XVIII cuando se produjo la más brutal persecución de mujeres en Europa. Algunos historiadores calculan que fueron alrededor de nueve millones de mujeres las que fueron torturadas y quemadas a lo largo de diez siglos. Mujeres, y algunos hombres, que eran acusados, con la Santa Inquisición de por medio, de “brujería”; en esencia, otra forma más de lo que llamaban “herejía”.
La realidad era, sin embargo, que estas acusaciones y ejecuciones no eran otra cosa que una herramienta perfecta para justificar el acoso, la persecución y el exterminio de las mujeres sabias o libres que se mantenían independientes de los dogmas cristianos. Brujas eran todas aquellas mujeres que se mantenían fieles a las tradiciones culturales precristianas, o que eran sanadoras y conocían las propiedades de las plantas, o que asistían a las mujeres en los partos, o que leían, o que eran depositarias de la sabiduría ancestral de generaciones, o que eran independientes y libres, o que eran rebeldes y no se avenían a las pautas de vida rígidas y hiertas de la religión y del poder establecido. Brujas eran, en definitiva, todas aquellas mujeres que encarnaban la fuerza, la libertad, la intuición, la afectividad y el enorme poder de lo femenino.
Fue a partir de los movimientos feministas de los años 70 cuando se empezó a reivindicar la memoria de tantas miles de mujeres que a lo largo de la historia fueron perseguidas y quemadas por la Iglesia, en connivencia con los Estados, en lo que ya se empezó, en justicia, a considerar ya como lo que realmente fue, un terrible genocidio de mujeres sabias, o libres, o disidentes de imposiciones y dogmas; mujeres contra las cuales el cristianismo lleva desde sus propios inicios inyectando estigma, repudio y miedo en el subconsciente colectivo, por la sencilla razón de que eran espíritus libres que escapaban y disentían de sus tiranías, y del papel secundario y pasivo al que habían sido relegadas en la sociedad. Las mujeres que leen o escriben son peligrosas, titulaba Stefan Bollmann dos preciosos libros reivindicativos de la condición femenina, prologados en español por la editora Esther Tusquets. Las mujeres que piensan y sienten también lo son.
“Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar” es uno de los slogans de las mujeres comprometidas con los derechos femeninos y con la igualdad en la actualidad, con el fin de dar el significado correcto a una palabra que ha estado siglos, de manera injusta y amenazadora, llena de connotaciones terroríficas que nada tienen que ver con la verdad.
Leía hace poco un texto que, realmente, pone las cosas en su sitio: Ser bruja es dar amor. Es ser sabia, independiente, generosa, fuerte. Ser bruja es un privilegio de espíritus libres, de corazones grandes y osados, y es sinónimo, sobre todo, de profundidad espiritual. Las verdaderas “brujas”, en el sentido estigmatizado de la palabra, no son las mujeres sabias, sensibles, rebeldes, fuertes o libres; las verdaderas “brujas”, las “brujas” de verdad, son otras, esas que encarnan, precisamente, todo lo contrario.
Coral Bravo es doctora en Filología
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