viernes, 11 de diciembre de 2015

LA NECESIDAD DE UN ESTADO LAICO YA

Necesitamos un Estado laico

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Laicismo es otra de esas palabras denostadas por la credulidad casposa. Sucede lo mismo con otros términos como ateo o hereje. Los creyentes afirman que el laicismo es el cáncer del espíritu de una nación secularmente creyente. Sin el espíritu cristiano católico no se puede entender España, ni siquiera Europa,se atreven a proferir. El lenguaje emocional que impregna la creencia tiene esas cosas y de momento consigue lo que quiere.
Curiosamente no sucede lo mismo con el término derivado, el sustantivo-adjetivo “laico”, que viene a ser el creyente cumplidor, comprometido con su fe y entregado, pero que no ha recibido órdenes religiosas.
En un estado moderno que ha evolucionado desde la época de los estados personalista, dominados por la creencia predominante hasta hoy, es preciso reivindicar el estatus real con las consecuencias derivadas, no sólo el nombre, de “estado laico”. Hablamos, por supuesto, de estados desarrollados, que han evolucionado y progresado.
Si bien dentro del catolicismo y el protestantismo el universo crédulo, mal que bien, va admitiendo tal situación, no sucede lo mismo en aquellos países donde impera la “sharia”. Éstos son otra cosa. Realmente nacieron en el año 622, con lo que se expanden por el mundo con seis siglos de retraso. Y ése es el retraso que soportan los países que los sufren.
Reconocido el estatus de aconfesionalidad en la Constitución, no sucede así en la práctica. Es un hecho y por lo tanto no sujeto a interpretación, que la sociedad se va instalando en una situación fáctica de laicidad. Hoy la inmensa mayoría está dando de lado prédicas, criterios, actos y celebraciones religiosas. Prescinden. No sólo los desafectos, también los por ellos mismos considerados creyentes, que decaen en número a pasos agigantados: sus prácticas en otro tiempo públicas, hoy están recluidas en los centros apropiados para ello, los templos. Ése es su espacio y el espacio que les corresponde.
No sucede así con el Estado. Multitud de actos donde coinciden rituales estatales y públicos se ceden a la parafernalia religiosa. Aquella “cooperación” con la Iglesia Católica de que habla el texto constitucional se ha entendido, y llevado a la práctica, como una especie de cesión de derechos. Hay una mezcolanza de lo privado y lo público, hay un mantener usos y costumbres del pasado en todas las esferas rituales estatales. Parecería que el Estado no puede prescindir de hábitos adquiridos o considerados patrimonio del pueblo.
Como decimos, es una suerte de confusión que debiera considerarse como cesión ante la estúpida postura política considerada como correcta que cede a la reivindicación y a yugos del pasado, una situación reaccionaria frente al espíritu de la Constitución.
El caso más llamativo es el hecho de que exista un arzobispado castrense, un servicio religioso católico para las fuerzas armadas, miembros del clero con grados militares e incluso su templo “ad hoc”, la catedral de las Fuerzas Armadas, donde el párroco tiene el grado de coronel y el sacristán soldado. Es una forma de que la Iglesia esté dentro de las estructuras del Estado, ése que en teoría es aconfesional. ¿Cómo casa este hecho con la afirmación constitucional de que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”?
Afirmamos rotundamente que sin “laicidad” no hay estado democrático, donde todos son iguales, son tratados con el mismo rasero y tienen igual consideración. Sin laicismo no tienen amparo los derechos fundamentales de libertad y justicia que una democracia libre protege y defiende. A decir verdad, no se trata sólo de hechos, es más importante la presunción que los animas.
El verdadero espíritu de cualquier religión es dominar, imponer su férula autocrática y sus leyes: ésa es la enseñanza de la historia y ésa la práctica en nuestros días. De ahí la prevención hacia las religiones; de ahí la necesidad de que el Estado no sólo se mantenga sino que las mantenga al margen.
Preciso es que las religiones sean consideradas como sociedades de creyentes. No otra cosa son. Cuando no es así, todo son concesiones, componendas, arreglos, acuerdos, pactos o concordatos. Eso es nadar y guardar la ropa y transigir.
El laicismo es el parapeto único contra la aberración que suponen los fundamentalismos religiosos y contra el virus de totalitarismo que llevan en su vientre, el totalitarismo de pregonar que su verdad es la única verdad y que nada de lo que afirmen los jerarcas puede ser sometido a juicio o ser discutido.
No es que la democracia sea la panacea universal donde todos los bienes sociales y políticos se encierran, pero nos quedamos con la tópica afirmación de Churchill frente al pronóstico vislumbrado por G. Orwell ya confirmado por nuestro propio pasado y por lo que vemos en medicinas islámicas.

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